En un pequeño pueblo vivía un niño llamado Juan, era travieso y juguetón.
Un día, sus padres lo llevaron al bosque, para disfrutar en familia de
una rica merienda.
Pasadas las horas, Juan se alejó un poco de sus padres para jugar con su
pelota, y mientras corría detrás de ésta, escuchó un silbido.
Se detuvo, y mirando para todos los lados descubrió que el silbido
provenía del tronco de un viejo árbol.
Con mucha curiosidad se acercó al tronco, y se sorprendió al ver a un pequeño duende atrapado dentro de un agujero pidiendo ayuda.
Juan con mucho deseo de ayudar, le tendió la mano y arrastrando al
duende hacia afuera pudo sacarlo del agujero.
El pequeño duende como muestra de
agradecimiento, le dijo que si podía llevarlo a las profundidades
del bosque.
Juan aceptó la invitación y siguiendo los pasos del pequeño duende se
adentraron en el bosque.
Allí el duende le enseñó un mundo lleno de hadas de colores, mariposas que brillaban como el sol, y peces de oro, que flotaban sobre las aguas radiantes de un riachuelo.
Luego el duende lo llevó nuevamente a las afueras del bosque donde
estaban los padres de Juan esperándolo para regresar a casa.
Cuando llegó a casa Juan guardó en secreto aquél mágico lugar y recordó lo importante que es ayudar a los demás desinteresadamente.
Autora: María Abreu
Sean agradecidos en toda circunstancia, pues esta es la voluntad de Dios
para ustedes, los que pertenecen a Cristo Jesús. (1 Tesalonicenses 5:18)