Era una tarde de calor
cuando Marcos se había mudado al pueblo.
Estaba encantado desde el balcón de su casa mirando el paisaje de la naturaleza que adornaba todo aquel pequeño pueblo.
Pero, mientras caminaba
por la llanura, sintió que algo volaba y se posaba
en su cabeza clavándole las uñas en el cráneo.
_ ¡Esa gallina es mía!
¡No la dejes ir! _ Escuchó vociferar.
Marcos con la gallina en
la cabeza miró a su derecha, luego a su izquierda buscando la voz que gritaba,
pero al darse la vuelta vio a una chica de larga
cabellera que se acercaba corriendo.
_ ¡Tranquila, no te
sofoques! ¡Me agacho, y coges tu gallina! _ Susurró Marcos.
Al escuchar, esto Daniela
se acercó y agarrando su gallina dio las gracias.
Marcos no sabía si reír o
enfadarse por lo de la gallina, pero levantando la mirada miró a Daniela diciendo:
_ ¡De nada!
Ante la profunda mirada
de Marcos, Daniela sintió maripositas revoloteando en el estómago, pero
Marcos agachando su bella mirada miró su reloj y dijo:
_ ¡El tiempo corre en mi
reloj! ¡Se está haciendo de noche!
_ ¡Sí, es cierto! ¡Hasta
luego! _ se despidió Daniela.
Marcos sonrió y moviendo
la cabeza a ambos lados vio cómo se marchaba aquella joven con su gallina en
brazos.
Al llegar la noche
Daniela se sentó en el balcón de su casa. Por casualidad, Marcos también salía
del salón para sentarse en el balcón de su casa.
Mas Daniela mirando al
frente susurró:
_
¡Es él!
¡Somos vecinos!
Marcos también se percató
de la presencia de Daniela en el balcón del frente y tomando una taza de té miró el cielo estrellado.
CONTINUARÁ…
Autora María Abreu
Alabad al Dios de los cielos, Porque para siempre es
su misericordia. (Salmos 136. 26)
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