Una tarde de calor, el conejito Fito caminaba por el bosque felizmente disfrutando de un trozo de pastel.
Pero de pronto, a los lejos, cerca de un huerto, ve al zorro Juanito bebiendo una botella de agua.
Detiene sus pasos y mirando al zorro desde la distancia se acordó de que éste un día le había robado la comida y luego se burlaba diciendo que él no había sido.
Por ese motivo el conejito Fito empezó a sentir rabia y rencor contra el zorro porque consideró ese hecho como una traición a la amistad que los unía.
Era tanto el resentimiento que sentía Fito, que cuando comía un rico pastel, se acordaba del zorro, cuando daba un paseo por el bosque, se acordaba del zorro y cuando se acostaba no podía dormir porque se acordaba del zorro.
En su mente no podía escapar de las garras lastimeras del zorro, aunque éste estuviera a cientos de kilómetros de él.
El zorro al que odiaba le perseguía donde quiera que fuera y por eso pensó:
_ ¡Soy un amargado!
Con tanta amargura el conejito Fito sufría de estrés y fatiga.
Andaba cabizbajo y triste, nada le producía alegría por culpa del zorro.
Un día, harto de no poder controlar la amargura y el resentimiento decidió ir donde su amigo la liebre a buscar consejo. Y cuando le contó lo que le estaba pasando la liebre le explicó:
_ El resentimiento está controlando todos tus pensamientos y por eso estás tan amargado.
_ ¿Y qué debo hacer? _ preguntó el conejito Fito.
_ Perdonar al zorro. El perdón es el único que te puede librar del rencor y del sufrimiento que llevas dentro _ respondió la liebre.
Ante este consejo el conejito Fito se quedó pensativo por un momento y luego decidió ir a buscar al zorro.
Caminando por el bosque lo encontró patas arriba descansando bajo la sombra de un árbol.
En ese instante el conejito Fito se acercó y le dijo:
_ Amigo, te perdono por el robo de la comida, me sentí muy mal. Toma, te regalo esta cestita de alimentos.
Ante este hecho el zorro con mucha vergüenza agarró la cestita de alimentos y agachando la cabeza también le pidió perdón al conejito Fito, prometiéndole que jamás lo volvería a hacer.
Desde ese momento el conejito Fito quedó libre de su amargura y pudo volver a disfrutar libremente de la belleza del bosque.
Autora: María Abreu
Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. (Efesios 4:31-32)
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