En un pequeño bosque
vivía la ardilla Isabella. Ésta cuando se enojaba zapateaba con los pies,
gritaba e insultaba a su familia y amigos.
Cada vez que quería conseguir algo lo lograba a base de gritos,
insultos y rabietas. Era
su manera de tener el control de las cosas. Y después de esto actuaba como si
nada hubiera pasado.
Una tarde, la ardilla
Isabella salió con sus amigos a reunir alimentos para el invierno. Iba echando
en una cestita que tenía en su cabeza: nueces, hojas y raíces.
La ardilla Amara que
también estaba recogiendo nueces, hojas y raíces del suelo se despistó y chocó
con la ardilla Isabella frontalmente.
Ante este hecho, a la
ardilla Isabella se le cayeron los alimentos y quedaron esparcidos por todo el
suelo. Por lo que le dio un arranque de ira y empezó a gritar y a insultar a la
ardilla Amara acusándola de torpe e inútil.
Era tanta la ira de la
ardilla Isabella que su cuerpo se tensó y las venas del corazón se le taponaron provocándole un
infarto.
Las demás ardillas,
pese al mal trato que le había dado la ardilla Isabella se preocuparon mucho y
rápidamente llamaron una ambulancia y se la llevaron al hospital.
Una vez allí, el médico
Duende Azul, la estabilizó y horas después comenzó a explicarle:
_ ¡El enojo es un suicidio, casi te mueres de un infarto! ¡Debes
aprender a controlarlo!
_ ¡Es que no sé cómo
controlar mi enojo, doctor!_ expresó la ardilla Isabella acostada en la cama junto
a un monitor cardiaco.
_ Debes identificar la
causa, aceptar
que estás enojada y luego trabajar en este sentimiento tan negativo que
es el enojo _ explicó el doctor.
_ ¡Muchas gracias doctor,
me llevaré de su consejo! _ reflexionó la ardilla Isabella.
Dos días después, a la
ardilla Isabella le dieron el alta hospitalaria y volvió al bosque con sus
amigas a recoger alimentos. Con una actitud tranquila y relajada les pidió
perdón a todas por los gritos e insultos que les había dicho.
Con este infarto la
ardilla Isabella comprendió que no vale la pena enojarse por cualquier cosa ni
gritarle a los demás.
Autora: María
Abreu
No te apresures en tu
corazón a enojarte, porque el enojo reposa en el seno de los necios. (Eclesiastés 7:9)