Hace millones de años,
el tiempo no estaba medido en horas, días, semanas, meses ni años. Simplemente
transcurría sin ningún equilibrio.
Las personas vivían
libres de horarios y con una vida desordenada. Por eso, un buen día, un pequeño
duende decidió capturar el tiempo para medirlo.
Mágicamente el duende
atrapó el tiempo y lo metió dentro de un reloj. Inmediatamente la manecilla del
reloj empezó a medir el tiempo por lo que el duende pensó:
_ Les daré a todas las personas la misma cantidad de tiempo. 24 horas
al día y 7 días a la semana para que dediquen tiempo a lo que realmente
necesitan tiempo.
Una vez que los habitantes
comprendieron la medida del tiempo se pusieron muy felices. Desde entonces
comenzaron a vivir una vida más ordenada aprovechando el tiempo en todo lo que
hacían.
Pero no pasó mucho
tiempo cuando algunos habitantes empezaron a llamar al duende para quejarse de
que el tiempo no les alcanzaba. El duende agotado de escuchar tantas quejas les
explicó:
_ He repartido el
tiempo a cada uno por igual. 24 horas al día y siete días a la semana. Si el
tiempo no les alcanza es porque no saben administrarlo.
Yo les he dado la magia para que lo
administren bien.
Transcurría el tiempo,
las mismas personas seguían quejándose delante del duende por lo que éste al
borde de un ataque de nervios se marchó de vacaciones hasta el día de hoy.
Autora: María
Abreu