A la deriva en un
barquito de plástico estaba un hámster. Ahí acostado una nube negra de
pensamientos de culpa invadían su mente.
Este sentimiento de
culpa le hizo tomar la decisión de irse al mar. Allí flotaba sin rumbo, sin
deseos de vivir.
Sentía culpa y vergüenza por una mala acción que había hecho. Su conciencia le había declarado… Culpable.
El sol quemaba los
pelitos de su piel y estaba deshidratado; pero no le importaba.
Un delfín muy amistoso que
jugaba con las olas descubrió al hámster en el barquito y se acercó a
preguntar. Entonces el hámster le contó la mala acción que había hecho y lo mal
que se sentía.
El delfín se quedó
pensando y luego comenzó a explicar:
_ Para librarte del
sentimiento de culpa debes pedir perdón a Dios y luego a quien le hayas hecho
el daño.
_ ¡Dudo que me
perdonen! _ lamentó el hámster.
_ ¡No puedes vivir con
culpa! Vete donde el afectado, pídele perdón de una manera breve sin involucrar a nadie
más.
_ ¿Y por qué no puedo involucrar
a nadie más? _ preguntó el hámster entre lágrimas.
_ Porque si involucras a alguien más estarás
defendiéndote y no confesando tu culpabilidad.
_ ¡Oh, muchas gracias
amigo!
Siguiendo el consejo
del delfín, el hámster le pidió que le ayudara a llegar a la orilla. El delfín
empujó el barquito y cuando llegaron a la orilla le recordó:
_ ¡El único que te libera del sentimiento de culpa es el perdón!
El hámster se lo
agradeció una vez más y luego corrió hacia una madriguera. Allí se encontró con
quien le había hecho daño, le pidió perdón y fue liberado de la culpa.
A partir de ahí, el
hámster iba al mar a navegar en su pequeño barco; pero esta vez de una manera
distinta. Disfrutaba del mar con su amigo el delfín.
Autora: María
Abreu
Los sacrificios de Dios
son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás
tú, oh Dios. (Salmos 51: 17)
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