Una mañana el conejo
Abiel se despertó y recordó que alguien le había ofendido. Se sintió mal, quiso
desquitarse; pero decidió guardárselo.
Se levantó de la cama,
salió de su madriguera y se fue a trabajar a la huerta. De camino se encontró con
alguien que hacía varios años le había humillado. Quiso
vengarse; pero sintió que no podía, y también se lo guardó.
De esta manera el conejo Abiel fue guardando en
su corazón: odio, enojo, amargura,
resentimiento…, que lo llevaron a ser rencoroso.
Cuando llegó a la
huerta, se puso a sembrar zanahorias y lechugas con los demás compañeros. Pero
con su actitud rencorosa entre gritos y enojo empezó a llevarse mal con todos.
Al final de la jornada,
cuando llegó a su madriguera, se preparó un té, se sentó en el sofá y se puso a
ver la televisión; pero se sentía triste. No quería tener rencor en su corazón.
Con los primeros rayos
del sol de la mañana, el conejo Abiel se levantó decidido a subir a la una
montaña a buscar una solución a su rencor. Para ello fue a visitar a un hombre
sabio a quien le confesó:
_ Necesito tu ayuda,
siento mucho rencor en mi corazón que me está destruyendo por dentro.
El hombre sabio que
estaba meditando bajo la sombra de un árbol, miró al conejo Abiel, pensó por un
momento y luego le expuso:
_ Para librarte del
rencor debes seguir estos cuatro pasos:
_ Por favor, dígame
cuáles son esos pasos _ indagó el conejo Abiel.
_ Debes confrontar el
rencor, admitir
que sientes rencor, renunciar a este rencor y perdonar.
El conejo Abiel guardó
silencio por un momento y acercándose le dijo:
_ ¡Muchas gracias,
sabio consejo!
_ Recuerda…, tu responsabilidad es perdonar renunciando
a vengarte sin importar el daño que te hayan hecho _ le explicó el hombre
sabio dándole una palmadita en la espalda.
Luego el hombre sabio
le invitó a que se quedara a compartir una buena parrillada a lo que el conejo
Abiel aceptó muy contento.
Desde ese día el conejo
Abiel se liberó del rencor, ya no estaba atado y su manera de actuar con los
compañeros de la huerta fue distinta.
Autora: María
Abreu
Quítense de vosotros
toda amargura, enojo, ira, gritería
y maledicencia, y toda malicia. (Efesios 4:31)
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