Vivía debajo de una
roca y su mayor diversión era saltar. Por eso salía de su casita para saltar
sobre las hojas secas que caían de los árboles.
El sonido de tantos pies saltando a la vez molestaba a los vecinos
del pequeño jardín.
_ ¡Ya está el ciempiés
Pepe saltando otra vez! _ decían unas hormigas que lo miraban desde la ventana
del hormiguero.
Cuando el ciempiés Pepe
saltaba se escuchaba el rechinar de las hojas secas bajo sus cien pies por lo que
un grillo salió de su madriguera y asomándose a la puerta le indicó:
_ ¡Pepe no saltes sobre
las hojas secas, estás haciendo mucho ruido!
Tantos pies retumbando
y retumbando sobre las hojas secas era tan molesto que también una cigarra le dijo:
_ ¡Pepe por favor, para
ya!
Pero Pepe no hacía caso,
y para seguir divirtiéndose llamó a su amigo milpiés de color gris que también vivía
debajo de una roca para que saltara con él.
Mil cien pies saltando
juntos sobre las hojas secas era difícil de soportar para los vecinos del
jardín. Por lo que llamaron a una rana que vivía en el estanque para que
pusiera orden.
Entre saltos y saltos ciempiés y milpiés notaron que la rana venía
saltando hacia ellos y no precisamente con la intención de divertiste.
Muertos de miedo, ciempiés
y milpiés dejaron de saltar y se enrollaron en espiral para que la rana no se
los comiera.
Después de mucho rato
la rana se marchó al estanque, y ciempiés y milpiés al sentirse fuera de
peligro se desenrollaron y rápidamente se metieron en sus casitas.
Con este gran susto el
ciempiés Pepe
aprendió a buscar un lugar adecuando donde poder saltar sin molestar a los
demás.
Autora: María
Abreu
Por esto, yo también me esfuerzo por conservar
siempre una conciencia irreprensible delante de Dios y delante de los hombres.
(Hechos 24:16)
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