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jueves, 10 de septiembre de 2015

El ratón ansioso



En un pequeño campo vivía el ratón Ramón. Su pancita era redonda y sus bigotes largos. Le encantaba mover su colita al viento cuando caminaba por el campo alegremente.

Un día, mirando que las tierras del campo eran fértiles decidió hacerse agricultor. Compró algunas semillas que luego sembró en la tierra.

Le preocupaba tanto que las semillas no germinaran que trabajaba hasta altas horas de la noche, alumbrado por los farolitos de las luciérnagas que le acompañaban.

Una tarde, cansado de tanto trabajar, angustiado y con lágrimas en los ojos, se sentó bajo la sombra de un árbol.

Un jilguero que lo estaba observando desde la rama del mismo árbol decidió bajar de la rama para explicarle: 

Una de la causa de tu ansiedad es intentar cambiar algo que está fuera de tu control. Si ya has sembrado la semilla ahora le toca a Dios hacer que germinen.

_Es que por más que me afano, estas semillas no crecen y me gustaría que lo hicieran rápido _ se lamentó el ratón.

El jilguero moviendo su cabeza de derecha a izquierda, levantó el vuelo y se marchó. 

Luego el ratón se fue a su madriguera a descansar. Pero acostado en su cama, seguía preocupado y angustiado.

Al día siguiente se levantó muy de mañana y vio que las semillas aún no habían crecido y para colmo se anunciaba una sequía en el campo. Entonces decidió ponerse un sombrero y unas gafas de sol para regar la tierra con un cubito de agua.

Unos días más tarde el ratón Ramón se encontraba sentado en la puerta de su madriguera secándose el sudor de la frente. Pensaba que las semillas habrían muerto por causa de la sequía.

Pero para su sorpresa vio que unas nubes negras descendían de las montañas. Minutos después unas gotitas de aguas comenzaban a caer y a evaporarse por causa del calor de la tierra. El ratón saltaba de felicidad.  ¡La lluvia caía!

Al día siguiente se levantó muy de mañana como de costumbre y saltaba de alegría al ver que habían crecidos unas hermosas plantitas verdes.

Al final el ratón comprendió que no debía ponerse ansioso por aquellas cosas que no podía controlar

Autora: María Abreu

¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? (Mateo 6: 27) 





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