En un pequeño campo
vivía el ratón Ramón. Su pancita era
redonda y sus bigotes largos. Le encantaba mover su colita al viento cuando
caminaba por el campo alegremente.
Le preocupaba tanto que
las semillas no germinaran que trabajaba hasta altas horas de la noche, alumbrado por los farolitos de las luciérnagas que le
acompañaban.
Una tarde, cansado de tanto trabajar, angustiado y con lágrimas en los
ojos, se sentó bajo la sombra de un árbol.
Un
jilguero que lo estaba observando desde la rama del mismo árbol
decidió bajar de la rama para explicarle:
_ Una de la causa de tu ansiedad es intentar cambiar algo que está fuera
de tu control. Si ya has sembrado la semilla ahora le toca a Dios hacer que germinen.
_Es que por más que me afano, estas semillas no crecen y me gustaría que lo hicieran rápido _ se lamentó el
ratón.
El jilguero moviendo su
cabeza de derecha a izquierda, levantó el vuelo y se marchó.
Luego el ratón se fue a
su madriguera a descansar. Pero acostado en su cama, seguía preocupado y angustiado.
Al día siguiente se
levantó muy de mañana y vio que las semillas aún no habían crecido y para colmo
se anunciaba una sequía en el campo.
Entonces decidió ponerse un sombrero y unas gafas de sol para regar la tierra
con un cubito de agua.
Unos días más tarde el
ratón Ramón se encontraba sentado en la puerta de su madriguera secándose el
sudor de la frente. Pensaba que las semillas habrían muerto por causa de la
sequía.
Pero para su sorpresa
vio que unas nubes negras descendían de las montañas. Minutos después unas
gotitas de aguas comenzaban a caer y a evaporarse por causa del calor de la
tierra. El ratón saltaba de felicidad. ¡La lluvia caía!
Al día siguiente se
levantó muy de mañana como de costumbre y saltaba de alegría al ver que habían crecidos unas hermosas
plantitas verdes.
Al final el ratón comprendió que no debía ponerse ansioso por
aquellas cosas que no podía controlar.
Autora: María
Abreu
¿Y quién de vosotros
podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? (Mateo 6: 27)