El mar estaba en
completa calma, en las profundidades los peces jugaban al fútbol y en el cielo
las nubes bailaban al compás del viento.
Pero de repente, el
viento comenzó a levantar las olas que empezaron a agitar el barco como si
fuera un barquito de papel. El príncipe muy asustado sólo clamaba a Dios.
Pasadas las horas, las
olas habían empujado el barco cerca de una isla. El príncipe nadó hacia ella
pidiendo auxilio; pero nadie le escuchaba.
Caminando por la isla
le extrañaba el color plateado de los árboles y el color oro de la tierra.
Con hambre se arrimó a
un árbol y éste dejó caer purpurinas de varios colores con olor a fresa. El príncipe
descubrió que las purpurinas eran dulces y comestibles, así que se las comió y
luego con un suspiro dijo:
_ ¡Tengo sed!
El árbol, que en ese
instante le había escuchado, extrajo agua dulce de la tierra con una de sus
raíces y se la dio a beber.
En ese momento el
príncipe se dio cuenta de que los árboles eran los encargados de alimentar a
las personas en la isla. ¿Pero a qué personas, si no había visto a nadie allí?
¿Cómo era posible todo esto?
Continuó caminando y no
muy lejos de allí escuchó un dulce canto. Corrió hacia el lugar y se quedó
sorprendido al ver a una joven sentada en el borde de un estanque. La joven
cantaba con los peces que bailaban sobre el agua.
Parecían peces mágicos,
pero el príncipe necesitaba comer, por eso se apresuró a preguntar:
_ ¿Tienes alguna caña
de pescar?
En ese instante la
joven con sus penetrantes ojos verdes lo miró fijamente a los ojos, mas el príncipe
dirigió su mirada hacia el estanque y acercándose al agua atrapó un pez con sus
manos. Tenía mucha hambre.
Cuando intentó comerse
el pez, la joven se acercó y se lo arrebató. Seguidamente levantó su dedo
índice y expulsó un polvo azul con el que escribió en el aire el siguiente
mandato:
_ Por intentar comerte un pez de oro, estás
condenado a trabajar en la isla para mí.
En ese momento el
príncipe descubrió que la joven era un hada y fijándose en su extremada belleza
se quedó con los labios entreabiertos como queriendo decir algo...; pero el
hada sin mediar palabras lo puso a trabajar como un esclavo.
Le mandaba buscar rubíes
de color rojizo y luego le obligaba a hacer pulseras. También, de vez en cuando,
se sentaba al borde del estanque para que el príncipe le lavara los pies.
Por las noches le ponía
a dormir sobre una gran hoja que flotaba en el aire. El viento no paraba de
mover la hoja lo que impedía que el príncipe lograra conciliar el sueño.
Una tarde el hada llamó
al príncipe y al ver que éste no respondía lo buscó por todas partes hasta que
lo encontró desmayado en el suelo. Inmediatamente se agachó y sosteniéndolo en
sus brazos sollozó:
_ ¡Me diste una razón
para ser feliz! ¡Te necesito, perdóname!
El hada tocó el
escultural cuerpo del príncipe y a través de una aureola de luz pudo ver que la falta de sueño, el hambre y la
deshidratación le habían provocado el desmayo.
Con un suave silbido
pidió ayuda a dos árboles. Éstos moviendo sus ramas le daban frescor y con la
raíz le daban agua a beber, pero el príncipe no despertaba.
Angustiada corrió al
estanque y atrapando un pez mágico de oro abrió la boca del príncipe y se lo
dio a comer. Minutos después el príncipe abrió sus ojos marrones y en silencio
se quedó mirando al hada. Mas ésta arrepentida por lo sucedido le argumentó:
_ ¡Perdóname! ¡Por mi egoísmo quise hacer realidad mi
desbordaba fantasía y sólo he sentido dolor cuando he visto peligrar mi propia
felicidad!
El príncipe apartándose de sus brazos se levantó del suelo deseando
reclamarle mil cosas, pero una vez más el hada continuó diciendo:
_ Ahora procuraré que tú estés bien para yo también estarlo; porque te
quiero…
En ese instante los árboles dejaron caer unos copitos blancos como si
fueran algodón. Entonces el hada se acercó al príncipe y le besó. El príncipe
se alejó pidiéndole que le ayudara a regresar a su tierra.
El hada se sintió un poco triste por la petición del príncipe pero
finalmente aceptó ayudarle y levantando su dedo índice dibujo una alfombra en
el aire para que el príncipe se subiera y se marchara.
Desde la alfombra el príncipe fijó su mirada en los penetrantes ojos
verdes del hada, observó por minutos su pelo largo y negro que se movía al
compás del viento. Al final con un deseo inmerso en su corazón el príncipe
dijo:
_ ¡Si me quieres ven conmigo!
El hada le extendió sus manos y cuando subió en la alfombra el príncipe
la besó.
Autora: María Abreu
No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los
demás como superiores a ustedes mismos. (Filipenses 2:3)
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