Era una mañana de otoño, la brisa acariciaba los árboles
como queriendo desprender las hojas de sus ramas, algunas de color amarillento
y otras de color café pintadas por la estación.
Se escuchaba el crujir
de las hojas secas bajo los pies del conejo Pablito que iba de camino a su
madriguera.
El viento, otra vez el
viento, soplaba con mayor fuerza despegando las hojas de los árboles que
discretamente rozaban la piel del conejo Pablito hasta que finalmente caían al
suelo.
Con olor a hojas secas,
el conejo Pablito continuaba su camino dejando tras de sí la silueta de algunas
hojas marcadas en el suelo. Olía a otoño.
Se podía seguir
escuchando el crujir de las hojas secas tras los pasos de Pablito hasta que muy cerca de él pudo ver a una serpiente en el tronco de un viejo árbol.
Por ese motivo Pablito cambió de dirección recordando que el
miedo alertador es dueño de la
seguridad. Eso le había enseñado siempre su madre.
Autora: María
Abreu
El avisado ve el mal, y se esconde; mas los simples pasan, y reciben el
daño. (Proverbios
22: 3)
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