En las profundidades de
un gran bosque había un magnífico río cuyas aguas se vestían de los colores del
arcoíris por los penetrantes rayos del sol.
Era un río fantástico
con aguas limpias y cristalinas que motivaba a un joven príncipe a irse de
pesca todo el verano.
Un buen día mientras
pescaba descubrió a una joven de larga y abundante cabellera sentada sobre una
roca jugando con los peces. El príncipe sonrió al ver el panorama y luego vociferó:
_ ¡Hola!
La joven lo miró con sus
penetrantes ojos verdes sin decir nada.
_ ¿Por qué no sales del
agua y pescamos juntos? _ clamó el príncipe rompiendo el silencio.
Pero la joven como no le gustaba estar en compañía se
sumergió bajo el agua y comenzó a nadar alejándose del lugar metiéndose en una
cueva.
Allí, en su soledad,
comenzó a sentir curiosidad por saber qué se sentiría al estar en compañía de alguien.
Esta curiosidad hizo
que comenzara a nadar hasta donde había dejado al príncipe. Pero cuando sacó la
cabeza del río el príncipe ya no estaba.
Salió del agua y anduvo
por el bosque durante varias horas con la ilusión de encontrarlo; pero se
detuvo al escuchar una rara voz susurrar:
_ ¡Ya tengo mi banquete! ¡Ya tengo mi banquete!
Con mucha curiosidad
siguió el sonido de la voz descubriendo a un duende en pijama que estaba haciendo
una hoguera para comerse al príncipe asado.
_ ¡Duende malvado,
suéltalo ya!_ ordenó la joven.
Éste la miró con sus
ojos envueltos en llamas e inmediatamente comenzó a lanzarle llamas de fuego
por su boca. En ese mismo instante la joven levantó sus manos y soltando grandes chorros de aguas por sus
dedos apagó el fuego.
Viendo esto, el duende
levantó sus manos e hizo que sus afiladas uñas comenzaran a crecer apuntando
hacia la joven. Pero seguidamente la joven frotó sus manos expulsando miles de
burbujas de colores para distraerlo.
Cuando el duende vio
tantas burbujas flotando en el aire comenzó a jugar felizmente dando saltitos
pinchándolas con sus uñas.
La joven aprovechó esta
situación y escapó junto al príncipe hacia la orilla del río. Allí el príncipe le agradeció que le salvara
la vida cantándole una dulce canción.
Al final de la canción
la joven le miró con ternura y le dijo:
_ He comprendido que es
mejor vivir en compañía; porque de esta manera se construye mejor la felicidad…
Después de haber dicho
esto levantó sus manos y produjo una corriente de aire que chocó con la
superficie del río haciendo que muchos peces de colores salieran a la orilla a
hacer piruetas. El príncipe entre risas sólo observaba el espectáculo
descubriendo que la joven era el hada
del río.
A partir de ese momento
se hicieron muy buenos amigos. El príncipe iba a visitarla cada tarde hasta que
al final decidió declararle su amor.
Cada día construían la
felicidad, lejos del rencor, haciendo crecer la serenidad
del alma.
Autora: María
Abreu
Más valen dos que uno,
porque obtienen más fruto de su esfuerzo. Si caen, el uno levantará al otro. ¡Hay
del que cae y no tiene quien lo levante. (Eclesiastés 4: 9-10)
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