Rosángel era un hada
que vivía tras la cortina de una cascada. Cada noche salía de la cascada y
caminaba sobre los claros del bosque rumbo a su mágico castillo de paredes
semitransparentes. Allí se sentaba en la terraza y bajo la luz de la luna hidrataba su piel con
aceites de rosas.
Una noche, cerca del
castillo, escuchó el aullido de los lobos
y le preocupó mucho escuchar a una persona pedir auxilio. Corrió hacia el lugar
y se detuvo al ver a un hermoso príncipe que estaba muy asustado porque una
manada de lobos lo estaban rodeando.
El hada se acercó a los
lobos y observó en sus ojos el reflejo de la luz de la luna llena. Los miró
fijamente e hizo que éstos cayeran al suelo rendidos de sueño. Después miró a
su alrededor para tranquilizar al príncipe, pero éste ya no estaba.
Decidida a marcharse
caminó un poco pero se detuvo cuando escuchó una voz que gritaba:
_ ¡No te vayas, espera
un momento por favor!
El hada buscó con su
mirada a la persona que le hablaba y sonrió al ver al príncipe encaramado a un
árbol. Éste comenzó a bajar despacio y justamente cuando estaba llegando a la
base del tronco resbaló y se cayó. Muy avergonzado se levantó y se acercó al
hada diciéndole:
_ Perdona, entiendo que
yo debía protegerte contra los lobos; pero el
espíritu de supervivencia me dominó.
El hada con una dulce
sonrisa en sus rosados labios dirigió la mirada hacia el suelo y luego la
levantó para mirar al príncipe a los ojos con una inquietante pregunta:
_ ¡Es peligroso caminar
por el bosque de noche! ¿Qué buscabas?
_ Algunas noches vengo
a buscar grillos para llevarlos como mascotas y que canten en mi jardín_
respondió el príncipe.
Sobraban las palabras, el hada y el príncipe se enamoraron y
cada noche el príncipe iba al bosque para verla. Hasta que una noche decidió
preguntarle:
_ ¿Por qué no puedo
verte de día bajo la luz del sol?
El hada tristemente comenzó
a contarle:
_Una malvada bruja me lanzó
un hechizo condenándome a vivir en la oscuridad. Si un rayo de sol tocara mi
piel me derretiría y me convertiría en agua para siempre. Y para ocultarme de los
rayos del día, me escondo tras la cortina de esta cascada.
Mientras el príncipe y
el hada continuaban hablando sentados cerca de la cascada porque ya estaba
cerca el amanecer, la malvada bruja los observaba desde la rama de un árbol convertida
en un murciélago. La bruja que envidiaba
la belleza del hada lanzó unos polvos mágicos y la durmió.
El príncipe al verla
durmiendo intentó ponerla a salvo bajo la sombra de un árbol, pero el amanecer
trajo consigo los penetrantes rayos del sol que al tocar la piel del hada la convirtieron en agua.
El príncipe que en ese
momento la tenía en sus brazos, veía cómo el agua caía des sus brazos al suelo y
corría hacia el río arrastrada por su corriente.
Llorando de impotencia,
el príncipe no quería moverse de aquel lugar. Sin embargo un duende que conocía
los hechizos de la malvada bruja lo estaba observando detrás de un tronco y decidió
acercarse para ayudarle explicándole:
_
Lánzale rosas al río. Las rosas llevan consigo un
sentimiento de amor y tienen ausencia de maldad. De esta manera
romperás el hechizo de la malvada bruja.
El príncipe sin mediar
palabras corrió y buscó 12 rosas las
cuales lanzó al río. En ese instante el río mágicamente dio un giro y formando
un remolino de agua lanzó al hada a la orilla.
Sonriendo de felicidad
el príncipe la abrazó. Luego mirando al duende y dándole las gracias le pidió que se fuera a vivir con ellos al castillo de
la ciudad real.
Allí fueron muy felices
porque vivieron sin ningún tipo de rencor a pesar de las maldades de la bruja.
Sin embargo, a ésta la mató la envidia.
Es cierto que al necio
lo mata la ira, y al codicioso lo
consume la envidia. (Job 5:2)
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