En las profundidades de
un gran bosque había un magnífico río cuyas aguas se vestían de los colores del
arcoíris por los penetrantes rayos del sol.
Cerca de allí vivía un puercoespín llamado Enzo que tenía una
linda casita dentro del hueco de un viejo árbol.
Todos los días salía a
divertirse trepando velozmente por los árboles. Le gustaba cuidar su salud y coleccionaba
hojitas de plantas medicinales para curarse de cualquier tipo de enfermedad
haciendo ricos tés.
Un día, en el bosque,
mientras daba un paseo, comenzaron a caer numerosos copitos de nieve anunciando la llegada del invierno. Enzo corrió y
buscó refugio en su casita.
Los demás puercoespines al ver que el frío iba en aumento decidieron juntarse en una misma madriguera
para mantener el calor.
Al percatarse de que
Enzo no estaba en el grupo decidieron ir a su casita a invitarle a unirse al
grupo; pero Enzo les dijo que no pretendía
juntarse con ellos porque no quería que lo pincharan con sus púas y espinas.
Los demás puercoespines
se marcharon del lugar y permanecieron juntos dentro de una misma madriguera
manteniendo el calor.
Al día siguiente, muy
preocupados, decidieron volver a la casita de Enzo y lo encontraron casi muerto
de frío. Al verlo temblando y con hipotermia prefirieron llevárselo con ellos.
Al llegar a la madriguera
comenzaron a juntarse alrededor de Enzo para darle calor. En ese instante Enzo comenzó a sentir
el dolor de las púas y las espinas y reflexionó:
_ ¡Prefiero sentir el dolor de estar cerca
de los demás y no morir de frío en la soledad!
Pasadas varias horas, cuando ya había dejado de
titiritar, se levantó y regaló a cada uno de sus compañeros una hojita con este
mensaje escrito:
_ Muchas veces miramos las púas y las espinas de los
demás y no nos damos cuenta que nosotros también las tenemos. ¡Gracias por
haberme aceptado como soy!
Autora: María
Abreu
¿O cómo puedes decir a
tu hermano: ``Hermano, déjame sacarte la paja que está en tu ojo, cuando tú
mismo no ves la viga que está en tu ojo? (Lucas 6: 42)