Un pescador de
profesión llamado Rodolfo pescaba en el mar y emocionado por la gran cantidad
de peces que estaba pescando cantaba:
_ ¡Soy un leviatán!
¡Soy un tiburón! ¡Soy una ballena! Con estos peces mis hijos tendrán la
barriguita llena.
Sin embargo pasadas unas horas el cielo empezó a nublarse y grandes gotas de agua comenzaron a caer precipitadamente sobre el mar acompañadas de grandes truenos y relámpagos.
Sin embargo pasadas unas horas el cielo empezó a nublarse y grandes gotas de agua comenzaron a caer precipitadamente sobre el mar acompañadas de grandes truenos y relámpagos.
El viento soplaba una y
otra vez y las olas subían, bajaban, avanzaban y retrocedían varias veces golpeando
y empujando la pequeña embarcación.
Rodolfo mirando el mal
tiempo comprendió que estaba en medio de una gran tormenta y asustado gritó:
_ ¡Señor, mi Dios,
ayúdame por favor!
_ ¡Señor ayúdame por
favor!_ volvió a implorar muy angustiado.
No obstante, la barca
seguía siendo azotada por las olas y Rodolfo al límite de su angustia vociferó:
_ ¡Eres un Dios
despiadado! ¡No me escuchas! ¿Dónde estás cuando más te necesito?
Mas la tormenta
continuó golpeando la barca toda la noche y el miedo, la angustia y los
pensamientos de que quizás no volvería a ver a su familia se apoderaron de él.
Pero al día siguiente
se despejó la niebla y la oscuridad, ya había pasado la tormenta. La barca
medio rota había quedado a la deriva cerca de una pequeña isla.
Rodolfo aprovechó y
agarró algunas pertenencias y nadó hacia ella. Allí, logró encender una fogata.
Sin embargo, cuando intentó asar un pez, empezó a caer una ligera llovizna y comenzó a salir humo de la fogata hasta que se apagó completamente.
_ ¿Dios, qué es lo que
quieres? ¿Qué quieres? ¿Matarme de hambre aislado del mundo?
Dicho esto, cayó al
suelo, con hambre, deshidratado y sin fuerzas. Ahí permaneció hasta que
inesperadamente llegó un barco y lo rescató.
Cuando Rodolfo abrió
los ojos vio que quien le tenía en sus brazos dándole agua era José, un antiguo amigo con quien se había
enemistado por cosas de la vida.
José al ver que Rodolfo
se había despertado le dio un pedazo de pan y muy contento le susurró:
_ ¡Hola Rodolfo! ¡Gracias a la señal de humo que enviaste
pudimos rescatarte!
Rodolfo le miró en
silencio y comprendió el por qué había pasado esa gran tormenta. Desde ese
momento ambos pescadores rescataron su antigua y linda amistad.
Autora: María Abreu
En
todo tiempo ama al amigo,
y es como un hermano en tiempo de angustia. (Proverbios
17:17)