Había una vez un
hermoso árbol plantado en un gran bosque, con tronco recto y fuerte de color
marrón. Sus ramas eran finas, sus hojas de color verde oscuro y sus flores muy llamativas que
muchas veces se convertían en ricas frutas.
En su copa había un nido
con dos pichoncitos y cada mañana se podía escuchar a la madre de éstos dando la bienvenida al día que comenzaba a través de su dulce canto.
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Este maravilloso árbol
daba sombra y frescor, sus ramas brindaban asientos y cuando éstas jugaban con
el viento dejaban caer sus ricas frutas al suelo las cuales servían de suculento
alimento.
Sin embargo, a su lado,
vivía otro árbol seco, feo y pequeñito que le miraba con mucha
envidia.
_ ¿Qué haces para estar
tan bello y frondoso? Porque yo lo he intentado y no he podido lograrlo_
preguntó el árbol seco.
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_ No puedes ser bello y frondoso porque estás podrido de envidia y malos sentimientos en tu interior_ explicó el frondoso árbol.
_ ¿Y qué debo hacer?_ preguntó
tristemente el árbol seco con lágrimas en sus dos únicas hojitas.
_ Debes curarte por
dentro para que pueda brotar la belleza que duerme en tu interior_
expuso el frondoso árbol.
Entonces el árbol seco
reflexionó y decidió sacar todos los malos sentimientos que le habían hecho
permanecer podrido y seco durante tanto tiempo. Y desde ese momento la hermosura que había dentro del él comenzó a agitarse haciendo que salieran ramas y hojas verdes, bellas flores y ricas frutas alcanzando así una gran altura.
Ante este interesante
acontecimiento ambos árboles lo celebraron muy felices con un concierto de
ruiseñores en sus ramas y se hicieron muy buenos amigos.
Autora: María
Abreu