Un gran jardín con una
pequeña piscina en medio y al lado de la piscina árboles verdes, flores de
diferentes colores y unas plantitas de
fresas para el placer de los sentidos.
En este jardín vivía
una mariposa que gozaba de los olores de las flores y se posaba al borde de
estas para beber del néctar. También algunas tardes se tumbaba sobre sus
pétalos para disfrutar de los rayitos del sol.
Pero en el jardín no
todo era color de rosas, a veces era atacada por algunos insectos incluyendo al
escarabajo. También había días en los que se sentía sola, otros en los que
disfrutaba de la compañía de los amigos, momentos en los que sonreía y otros en
los que lloraba.
La vida era un desafío
constante; pero la mariposa tenía claro que es mejor centrarse en
la perseverancia y no en los lamentos. Así que cada día lo disfrutaba al máximo como si fuera el último y por
eso besaba las rosas.
Pasaron los años y la
mariposa envejeció y también enfermó. La enfermedad era un golpe para su
autonomía, porque cada día se iba debilitando e iba perdiendo la libertad de
hacer las cosas cotidianas de la vida.
Una tarde acostaba
sobre una hoja caída de un árbol, reconocía la fragilidad de la vida y su
finitud; por eso oraba y daba gracias a Dios por todo lo vivido hasta que pasó a vivir a la eterna
primavera.
Autora: María
Abreu
El hombre dura como la
flor del campo, el viento, la rosa y ya no existe (Salmo 103: 15_16)
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