Los ruiseñores le
entonaban un dulce canto al amanecer, las flores se despertaban abriendo sus
coloridos pétalos y los insectos comenzaban a trabajar sobre los troncos y las
ramas de los árboles.
También un conejito salía
de su madriguera dando saltitos porque aprovecharía el comienzo del día para recolectar granos y zanahorias. Se
divertía saltando por encima de las plantas gramíneas y de vez en cuando cortaba
hierbas con sus incisivos superiores. También se recreaba rodando por el suelo.
¡Todo era maravilloso! ¡Un
día soleado! Una nueva oportunidad para hacer las cosas que más le gustaban en
el bosque.
Pero de repente, unas
nubes negras provenientes de las altas montañas viajaban con la fuerza del viento
y amenazaban con acercarse al centro del
bosque. El viento soplaba cada vez más fuerte y las gotitas de agua comenzaban
a caer y a evaporarse por el calor de la tierra.
Pasaban los segundos, las
gotas se hacían cada vez más grandes y se precipitaban sobre el suelo
repetidamente formando grandes charcos de agua.
El conejito con sus
pelos mojados miró para todos los lados pensando a dónde iría a refugiarse. ¡Estaba
solo y asustado!
Pero la lluvia seguía
cayendo, los truenos y relámpagos rugían de tal manera que parecía que el cielo
iba a desplomarse. Entonces el sol decidió esconderse dejando el bosque a
oscuras. También los pájaros se ocultaron y las águilas decidieron volar por
encima de la tormenta.
Entonces el conejito
espantado corrió y se escondió aferrándose al tronco de un árbol. Pero al ver a
lo lejos que un rayo partió un gran árbol en dos, se dio cuenta que estaba en
el refugio equivocado.
Corrió nuevamente
mezclándose sus lágrimas con la lluvia que caía, su corazón latía tan fuerte
que sentía que se iba a desmayar. Pero levantó la mirada y vio una enorme roca
con sus más altos picos y corrió hacia ella hasta que encontró refugio en una
pequeña cueva. Allí arriba permanecía cobijado pensando que los tiempos difíciles no duran para siempre.
Autora: María
Abreu. ( Con cariño para Yolanda).
Sólo Dios es mi
salvación y mi roca; porque él es mi refugio, jamás resbalaré. (Salmos 62:2)
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