El día pintaba un paisaje maravilloso donde se podían
observar pequeñas montañas verdes con diferentes
árboles y plantas. Más abajo se veía un caballo marrón tumbado en la hierba cerca de
una pequeña casa de madera. Ahí vivía el niño Miguelito con su padre, el cual se ganaba la vida trabajando la tierra. Una tarde llegó cansado, y entrando en la casa llamó a su hijo preguntándole:
_ Hijo mío, la vida es
muy dura, por eso me gustaría saber qué quieres ser de mayor.
_ Dame unos minutos_
respondió Miguelito.
Se marchó a su habitación, sacó lápices de su humilde estuche y en una hoja de cuaderno hizo un dibujo, luego volvió al salón y se lo entregó al padre.
Se marchó a su habitación, sacó lápices de su humilde estuche y en una hoja de cuaderno hizo un dibujo, luego volvió al salón y se lo entregó al padre.
_ ¡Muy bonito! ¡Sólo
espero que sea un simple dibujo!
_ ¿Por qué dices eso
padre? ¡Es lo que sueño ser cuando sea mayor!
_ Pero hijo, siempre
hay que soñar con cosas que se puedan alcanzar. Vuelve a tu habitación y dibuja
algo que esté dentro de nuestras posibilidades.
Miguelito tristemente volvió
a su habitación e intentó hacer otros dibujos. Pero como tenía muy claro cuál
era su sueño, agarró nuevamente su primer dibujo lo coloreó y le puso nombre:
dentista.
Minutos después regresó al salón y se la entregó al padre. Éste muy molesto le
dijo:
_Le has puesto un
nombre y lo has coloreado, pero es el mismo dibujo. Sabes muy bien que vivimos
de la agricultura y con el dinerito que
ganamos no nos alcanza para pagarte esa carrera.
Miguelito le miró
tristemente y le respondió:
_ Todo lo que observas a tu alrededor es el fruto
del sueño de alguien! No robes
mi sueño por miedo a no poder ayudarme.
Entonces el padre se
levantó del asiento, tiró el dibujo al suelo y se marchó. Pero Miguelito nunca renunció a su sueño, ni se olvidó del ratoncito Pérez ya que le premiaba si se le caía un diente.
Pasaron los años y
Miguelito por su esfuerzo obtuvo muy buenas notas y consiguió una beca para
estudiar en la universidad. Por tal motivo se trasladó del pueblo a la ciudad. Después
de un tiempo al terminar la carrera
universitaria construyó su
anhelada clínica dental logrando ser un reconocido y respetado dentista.
Se sentía un hombre feliz por haber alcanzado su sueño. Además disfrutaba cuando recibía la visita del ratoncito Pérez que traía pequeños cofres de colores para guardar en ellos los dientes de leche de los niños que
iban a la clínica.
Pero como siempre,
echaba de menos a su padre y una tarde le llamó para que fuera a la ciudad a visitarle,
éste felizmente llegó, le abrazó y le dijo:
_ ¡Hijo, perdóname! Me has demostrado que con valor y
esfuerzo se puede lograr cualquier sueño.
Autora: María
Abreu
Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma (Santiago
2:17)
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